Hoy hace cien años (algo
menos, algo más), desde 1914 y sus noches oscuras interminables en
medio de la Primera Guerra Mundial y aunque la historia se haya
acomodado plácidamente a la sombra del olvido, el genocidio armenio
es una frase grave, una verdad que aun sangra, una herida abierta en
la historia de la humanidad.
Las referencias
históricas, indagadas por la pupila del mundo, detrás de cada día
de estos cien años, manifiestan que los armenios habitaban
territorio turco pero también en tierras rusas, por esta razón en
1914 cuando ardía la guerra entre Alemania y Rusia, los turcos
impetuosos dispusieron que todo varón armenio que habitara en
Turquía, se enlistara en las tropas del Imperio Otomano, para luchar
junto a Alemania contra la amenaza zarista. Sin embargo, en el
ejército enemigo del zar, estaban los armenios rusos, por lo que
aquellos residentes en Turquía, que integraban el ejército Otomano,
se negaron a tomar acciones contra los mismos armenios que estaban en
el ejército enemigo.
Esta posición de los
armenios (y otras también), como las acciones subversivas realizadas
por los contrarios en territorio Otomano, desató la venganza turca.
La represalia contra los armenios empezó con la orden de desarmar a
los soldados de nacionalidad armenia, llevarlos a realizar trabajos
forzosos, hasta llegar a ordenar la limpieza absoluta de los armenios, para lo cual se organizó y se realizó la
deportación masiva de armenios hacia Mesopotamia. De esta manera,
el genocidio se planificó y administró por el Estado de Turquía,
con el objetivo de ponerle fin a la existencia colectiva del armenio,
en este propósito desde 1915 hasta 1918, este pueblo sufrió
deportaciones, expropiaciones, secuestros, torturas, masacres,
inacción; y aunque la guerra parecía menguar, la crueldad alzó sus
alas nuevamente, para cubrir con su sombra los años de 1920 hasta
1923, tiempo en el cual se siguieron dando masacres, raptos,
violaciones, persecuciones contra los armenios. Solamente por dar
breves referencias, se puede mencionar que la deportación consistía
en obligar a los armenios a salir en caravanas por el desierto, donde
las matanzas eran indiscriminadas, los abusos de mujeres y niños,
con el abandono deliberado de personas para que agonicen entre el
hambre y la sed, siendo estas solamente generalidades de la crueldad
que rompía el viento del desierto, como instrumento alado y poderoso
para el exterminio, que barría a lo ancho y largo, en el propósito
turco. ¿Cuánta tristeza valiente en el suspiro de esos días?
¿Cuánta verdad sangrienta corre fresca en esta historia? ¿Cuántos
cadáveres sin tumbas flotan en esta jornada adversa?, se calcula que
fueron entre 1,000.000 y 1´800,000 personas.
Esta verdad al rojo vivo
palidece en el silencio. Aun sangra el genocidio armenio, a pesar
que fue encubierto desde el primer día y el Estado Turco lo
justifica como hechos acontecidos por conflicto entre etnias, por
cuestiones religiosas, estrategias logísticas de guerra,
circunstancias penosas de enfermedad y hambre que afectan a la
vulnerabilidad de la población en beligerancia; así toda una
maquinación de olvido se ha puesto en marcha y bajo los mismos
astros, testigos silentes que miran al mundo entero, la muerte le
saca la lengua a las excusas inventadas por Turquía, a pesar de la
intención de anular los clamores de justicia de los armenios, con
esa siniestra negación de la verdad que sangra, Turquía intenta
hacer como que no ha pasado nada, y discreta, sin recelos, se conduce
removiendo cementerios, deportando niños dotados de consciencia, en
su intento de limitar la memoria, impone leyes que restringen
recordar y hasta hablar del tema.
Mientras tanto los
armenios dispersos por el mundo entero, cada vez más adoloridos,
menos comprendidos, sobreviven, aunque no se les permitió curar sus
heridas, con la braza encendida en la memoria, que reclama y amenaza
desquiciarlo todo; por esa tribu mutilada, por esa familia
desintegrada, traumas que no se olvidan, días de terror (y noches
también), elevan su estrella de luto, comunican su dolor al mundo.
Esta vez ya no importa, si hay quien sepa o no escuchar, ya no
importa, si ponen el dedo en la llaga, esto es una vibración que
hace temblar lo más profundo del universo, porque tales atrocidades,
nos afectan a todos, hay historias contándose de boca en boca; en
verdad, el ser humano se religa, se conmueve, mientras Dios derriba
un lucero de paz.
El camino a la verdad y
el ejercicio del derecho humano, se construye de esta manera, con la
participación de miles de voces, de gente que decide hacer pequeñas
cosas, como preguntar, investigar, escuchar o simplemente levantar la
bandera blanca de la defensa y justicia, por todos los recónditos
países de la pena, por del dolor del resto. Que no se vuelva a
repetir en el mundo la atrocidad, el ostracismo, la indiferencia. Que
no vuelva: llámese guerra, venganza, crueldad; castíguese la
injusticia, destrúyase el monstruo del genocidio. Que no sangre más
esa herida por el dolor extrañamente íntimo y que en tu cara,
hermano armenio, cese el rastro de las lágrimas, porque la memoria
de ese mundo perdido, se calma y reconforta con la solidaridad y
porque ya no eres más el pájaro del exilio, porque esa nacionalidad
que arde en el pecho, que estremece el corazón, es legítima y nadie
puede arrebatarla, nadie. Y aunque cierto es que las pérdidas son
irreparables, también resulta cierto que el mundo tiene en el pueblo
armenio un ejemplo de valentía, lealtad, resilencia y lucha; que
muchas veces en contra de la razón, del sentido de auto
proteccionismo y supervivencia, se decidió a hablar, venciendo el
miedo, muchas veces.
No sorprenda a nadie que los secretos hablen y tantas historias
ocultas se ventilen hoy, ya no como pálidos luceros que callan los
suspiros, de tantos hombres y mujeres que en la tierra sufren la
deshumanización del hombre, ya no como astros indiferentes, que sin
recelo cubren el sol, mientras las atrocidades se encubren en
silencio. Ha llegado el tiempo de contar, de arrancarse los
recuerdos, ha llegado el tiempo de sentir, pero como sienten los que
han padecido tortura, humillación, injusticia; y aunque las
distancias nos aproximen tiempos lejanos, intentar comprender,
intentar sentir piedad. La experiencia de Armenia, tan extrema,
pues, y todo aquello que en la historia del mundo ha destilado
crueldad (horror quizá), ha dejado una gran lección a la humanidad,
puesto que el corazón del hombre supuestamente humano, debe sentir
como tal y por lo tanto disentir de los errores de pocos, muy pocos,
que un instante maligno de equivocación, han causado efectos
devastadores; que esta experiencia que hoy tenemos ante los ojos (y
corazones), nos ayude a recuperar nuestra esencia humana.
Nota
biográfica:
Autora:
Sandra Beatriz Ludeña Jiménez
Mujer
conscientemente humana: nacida en Ecuador, reside en su país natal,
es escritora y periodista independiente, defensora de derechos
humanos, actualmente se encuentra dedicada al voluntariado y a la
enseñanza.
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